La escritora Susa Sontag.
La escritora Susa Sontag.
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EFE

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Susan Sontag: vida y obra de una ensayista y escritora de primer orden

Mucho más reconocida como pensadora que como novelista.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

Premiado este libro con el premio Pulitzer de biografía del año 2020, ya de por sí esta es una primera garantía de calidad. La segunda, es sobre a quién retrata, en este caso Susan Sontag, y la tercera, el autor, Benjamin Moser, quien ya había escrito otra obra relevante: Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector, con la que recibió el Premio Estatal a la Diplomacia Cultural de Brasil por su difusión de esa autora, así como finalista del National Book Critics Circle Award.

Publicada en 2019 en inglés y traducida el español al año siguiente, Sontag. Vida y obra constituye un ejercicio gigantesco de reconstrucción de existencia y pensamiento sobre una ensayista y escritora de primer orden. Mucho más reconocida como pensadora que como novelista, la primera frase que nos regala Moser busca un primer retrato: “Con la mente de un filósofo europeo y el aspecto de un mosquetero, reunía cualidades que solían atribuirse al sexo masculino”.

Así mismo, bosqueja lo siguiente: “Criada a la sombra de Hollywood, Sontag buscaba el reconocimiento y cultivaba su imagen, pero vivía con una gran frustración el precio que esa doble suya —“la oscura dama de las letras estadounidenses”, “la sibila de Manhattan”— le hacía pagar”. Ello revela el mapa de contradicciones que en su vida dejaba ver la escritora. Muy propias del ser humano. Como parte de ello, en una vuelta de tuerca, aquella adolescente nacida Susan Lee Rosenblatt, lo transformó a los 11 años por el apellido de su padrastro.

Benjamin Moser es un reconocido editor, conocedor de varias lenguas y, por ello, un bien avenido traductor, así como colaborador de revistas de alto vuelo de Estados Unidos como The New Yorker y The New Review of Books, entre otros. También escribió The Upside-Down World: Meetings with the Dutch Masters (El mundo al revés: encuentros con los maestros holandeses). En esta biografía sobre Sontag, como se acaba de anotar atrás, Moser puede penetrar intensamente sus niveles de crítica o condescendencia con ella, como suele realizarse en aquellos trabajos de gran fuste. Como en su biografía sobre Clarice Lispector, Moser enfoca su trabajo sobre ciertas obsesiones de las dos escritoras: la identidad y el miedo a perderla, y, con ello, la de judía; también la del nombre y la de sus cambios, así como la actitud mentirosa con que se comportaron.

Por su parte, Susan Sontag abrió con los ensayos de su primer libro Contra la interpretación, y con los siguientes, la polémica y los debates sobre el agotamiento del arte, la necesidad de buscar nuevas fuentes de inspiración y de proveer nuevas formas de lectura a una crítica literaria y cultural que consideraba anquilosada y tradicionalista. Especialmente en el ensayo “Contra la interpretación” la enfila contra la crítica que solo observa el contenido, lo significativo, mas no el significante. 

Expliquémoslo: en el libro mencionado, resultado de sus trabajos expuestos en las revistas y diarios más reconocidos de Estados Unidos, aparecieron muchos autores y directores de cine a los que dio su real dimensión y valía: Nietzsche, Simone Weil, Camus, Michel Leiris, Nathalie Sarraute, Ionesco, Robert Bresson, Godard, Resnais. Su hipótesis de esos años se fundamentaba en la importancia de lo significante, para lo cual parte de aquellos autores que no arruinan en su obra su propuesta, su significado, por una interpretación. Esta la entiende como ese impulso de “empobrecer, reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de significados [como] el homenaje que la mediocridad rinde al genio”. O, como indica en “Sobre el estilo”, del mismo libro, en el que la interpretación corresponde a esa “estilización”, a esa “intrusión del artista en sus materiales, a los que hubiera debido presentar en estado puro”.

Ante ello, es mejor “la descripción más extensa y concienzuda de la forma que la silenciará. Lo que se necesita es un vocabulario —un vocabulario, más que prescriptivo, descriptivo— de las formas”. Por supuesto, todo ello era discutible (e incluso, años más tarde aclaró que esa solo era una postura necesaria y de querella), pero en su momento puso a temblar muchos criterios contenidistas. Muestra de esta crítica acerba contra los contenidos, al exceso de interpretación, en su texto “Saint Genet, de Sartre”, Sontag manifiesta: “Saint Genet, como libro, es un cáncer, grotescamente prolijo, con un cargamento de ideas brillantes sostenido por un tono de solemnidad viscosa y por una espantosa reiteratividad”.

Lenguaje duro y apelmazado de sangre, se confabulaba con su visión censuradora a todo intelecto “puro”. Pero más adelante, Moser presenta otro retrato: “Una mente insegura es una mente abierta. Y del mismo modo que se le daba mejor admirar que atacar, también se le daba mejor dudar que afirmar”. Pero eso no sucedió al principio.

En ello coincidió con la crítica cinematográfica de su país Pauline Kael, acerca de la cual me permito citar un artículo mío, “El estilo del alma y el cuerpo: la crítica cinematográfica de Pauline Kael”, en el que comparo a ambas analistas, en una cita dentro de otra cita: “Kael, como Susan Sontag, se ubica también contra la interpretación e insinceridad del director, o, mucho mejor, contra la manipulación, la contradicción o el trascendentalismo del artista. Subyace en ambas escritoras prevenciones idealizantes ideológicas, religiosas y esteticistas, así hubieran abogado ambas por propuestas vanguardistas desde sus ensayos iniciales. Para Sontag “estilizar” la obra artística significaría imprimirle frialdad, distanciamiento.

Ella coincide con Kael, al ver en la filmografía de Bergman una paradoja antitética en el resultado final: “algunas películas de Bergman —pese a estar plagadas de mensajes pocos convincentes sobre el espíritu moderno, invitando así a interpretaciones— están por encima de las pretenciosas intenciones de su director” (Sontag, 1996, pp. 36-41,). No puede creerse, sin embargo, que su opinión siempre fue así”. Paradójicas e irónicas, las dos establecen un diálogo más que circunstancial: ambas se encontraban contra lo pretencioso y contra todo lo intelectual, aunque, obviamente, partieran desde lo intelectual.

Acerca de aquellas primeras críticas, pasados muchos años, en un comentario introductorio a la segunda edición en español de Contra la interpretación, Susan realiza un balance que denomina “Treinta años después…”: “Me veía como una combatiente de nuevo cuño en una batalla muy antigua: contra la hipocresía, contra la superficialidad y la indiferencia éticas y estéticas […] Yo era una esteta beligerante, naturalmente, y una moralista apenas disimulada (especialmente, en pasajes) en los que mi impulso pedagógico se cruzó con el camino de mi prosa”.

Obviamente, las excusas y el arrepentimiento a posteriori tienen, como muchas veces sucede, el regusto profundo cuando se cumplieron esos objetivos de la época en que se profirieron. Moser, acerca de ello, indica en la biografía que Sontag se alejó de estas posturas iniciales que propuso sobre lo camp en su primera obra, para enfrentarse a las realidades más atroces en Sobre la fotografía, La enfermedad y sus metáforas, El sida y sus metáforas y Ante el dolor de los demás, entre otros.

La biografía de Moser rastrea profundamente en las incidencias y comportamientos de Susan, hasta postular que estos hacían parte de una madre alcohólica y de los resultados de una familia marcada por esta intrusión, de lo cual resultó para Sontag ser demasiado inflexible, tomarse demasiado en serio, falta de sentido del humor y de la necesidad del control de todo. Como parte de esa relación (y en muchas otras), Moser parece escribir una biografía con opinión o bajo una propuesta moral, pues deja traslucir predicamentos respecto de su biografiada. 

Esas consecuencias con una madre alcohólica, la de una ascendencia y conciencia judía, la de ser una escritora y ser estadounidense, confluían en Sontag para mostrar esa influencia materna, a la que daba el peso de una heroína de Hollywood, en la que la represión y el disimulo, el amor y el desdén, concurrían en niveles en que no sabía qué revelar y qué mantener en secreto. Entre estos, sobre el sexo: ¿debo esconder mi doble sexualidad?, ¿o mi real única sexualidad? La persecución de los homosexuales y su castigo en Estados Unidos solo cambió en el 2003.

De allí surgen también las sombras del escepticismo de la época y de la adscripción de Susan a causas en que se denuncian injusticias. La biografía ahonda en la búsqueda frenética de lecturas, de interpretaciones más allá de las cotidianas lecturas de la secundaria, de sus búsquedas y de su mítica entrevista-charla con Thomas Mann, el 28 de diciembre de 1948, en el año que termina su secundaria. Como anécdota agregada, uno de sus profesores indicó que para esa época Sontag había leído más libros que una de sus profesoras de idiomas.

Al mismo tiempo, sus caminos se encontraban trazados, pues el lenguaje y análisis de la revista marxista Partisan Review y la influencia de la novela de Djuna Barnes, El bosque de la noche, donde trataban las relaciones lésbicas, fueron sus acicates más fuertes a seguir. Sus relaciones homosexuales secretas eran parte del imperio excluyente de esos momentos.

El seguimiento de Moser a Sontag en la universidad y en todo el trabajo biográfico es acucioso, ya que tuvo acceso a documentos inéditos de  la escritora y realizó más de 500 entrevistas.  En el centro de estudios universitario sobresalen sus ligues, sus incertidumbres y miedos, así como su casamiento intempestivo con Philip Rieff, un profesor de economía de la Universidad de Chicago, bastante estatuario y problemático. De esa relación de estudios surgiría un mayor crecimiento intelectual de Sontag, pues fue nombrada asistente de Rieff, en el estudio que este había emprendido sobre Freud.  

De lo anterior, todavía se discute si el libro publicado por Rieff sobre el sicoanalista austríaco, Freud, la mente de un moralista, era de la autoría de Susan o de Rieff. Bajo ese talante analítico y discursivo son también los escritos que a partir de allí escribiría Sontag, llenos de profundidad, bajo los cuales se aproximó mediante diferentes correlatos que postuló, dándole novedosas  perspectivas, en lo los 60s y 70s, como la guerra de Vietnam y las contradicciones raciales y políticas que conformaban un grueso espesor ideológico.

Susan vivió en muchos sitios de la geografía de Estados Unidos, hasta aterrizar en la Universidad de Connecticut, siendo designada, a sus 20 años, en 1952, como la profesora auxiliar más joven de la universidad estadounidense, y a los dos años siguientes, siguió en la Universidad de Harvard, donde conoció a un grupo de profesores e intelectuales que la acompañarían por mucho tiempo.

Fueron también sus primeros choques con su marido, considerándolo un “totalitario emocional”, hasta llegar la separación. 
Sus siguientes paradas fueron París, Europa, el sadomasoquismo, la crisis de identidad homosexual y su mirada y decisión en ese continente de convertirse en “verdadera escritora”, como detalla Moser con acendrada hondura. Nueva York fue su siguiente destino de los años 60 y definitivo, con algunos viajes a Europa.

Sus amores con Harriet en París y con Irene Fornés en Nueva York dejaron honda huella en Sontag. En esos años, también dos de sus primeras novelas, El benefactor y Estuche de muerte, de 1967, especialmente, reciben por igual las críticas que la propia Sontag dejaba caer a sus analizados. Los especialistas coincidían en que su narrativa tenía una “apariencia” europeísta, con una pesada artillería sicológica y analítica.

En concordancia con sus objetivos, Moser se encarga se analizar cada una de las obras de Sontag, desde Contra la interpretación hasta su obra novelística, en la que rastrea, a través de los personajes y en la propia puesta en escena los elementos autobiográficos y la dual personalidad de Susan. A finales de los años 70 e inicios de los 80, nace su inclusión como editora y escritora de Farrar, Strauss and Giroux y su primera publicación en su anhelado Partisan Review.  Al año siguiente, tras divisiones internas, comenzará a escribir en la recién creada The New York Review of Book, de la que jamás se apartaría.

En todo caso, en sus opiniones y análisis críticos hacía amigos y mucho más enemigos. Estar en la “onda” Sontag era estar a tono con la “ola” de la moda. Lo camp era estar “disparatado”, “loco” o “frívolo”.  Así como ser femenino en lo masculino y masculino en lo femenino.  Su pensamiento se movía entre un pasado pendiente, un presente brillante para disfrutar y un futuro para no creer.  

De igual manera, soportaba el “juego de las máscaras”, de los roles de una sociedad también contradictoria, que mostraba en su propia personalidad y que nutría su obra. De esas incertidumbres y reclamaciones, de esos “juegos de adaptaciones” también su hijo, David Rieff, era víctima, pues su forma singular de amar se encontraba entre lo aplastante y la distancia, como le sucediera con su madre Mildred, con quien mantuvo una especie de relación acerada, que podría postularse como una “carta a la madre”.

La siguiente etapa de Sontag era la de la toma de conciencia política. Contra Vietnam, contra Estados Unidos, y, al tiempo, sus primeros giros como directora teatral y de cine. Publica Sobre la fotografía, una inquisición que le gustó a muchos fotógrafos, al responder a las preguntas que estos se hacen sobre cómo y por qué se fotografía, un “aprender a mirar” más y mejor las imágenes y que sirvió para que algunos otros rompieran con ella.

Las fotografías provenían de la exposición de Diane Arbus, quien se había suicidado hacía poco, y constituían una profundización sobre lo cotidiano. Publicó también Estilos radicales, su siguiente colección de ensayos, que difundía la importancia de Bergman, Godard, y un trabajo que ponía las tildes sobre las íes: “La imaginación pornográfica”.

Pero también, La enfermedad y sus metáforas (1978), resultado del dolor, la soledad y el apoyo producido por el cáncer en grado cuatro detectado en uno de sus senos, que la hizo reflexionar una vez más en la relación entre cuerpo y ser, entre cuerpo y guerra: “Me siento como la guerra de Vietnam […] Me están atacando con armas químicas y no me queda otra que aplaudir”.

Ya en 1980 publica Susan otra colección de ensayos: Bajo el signo de Saturno, en el que dedica un texto sobre Elías Canetti, un año antes de recibir el Nobel de Literatura, y anticipa el de Joseph Brodsky, su gran amigo, quien lo gana en 1987. También hace honor a autores como Antonin Artaud, una lectura inédita sobre el fascismo a partir de Leni Riefenstahl, la directora de cine por antonomasia de Hitler.

Realiza un estudio sobre Roland Barthes y otro llamado “Bajo el signo de Saturno”, dedicado a Walter Benjamin, en el que retrata, al mismo tiempo, su propia naturaleza melancólica, en una especie de autorretrato en tercera persona, estilo con el que escribió sobre sí misma, como en La enfermedad y sus metáforas y muchos de sus textos. Se conjugaba un yo-nosotros o un yo-ustedes. 
Dentro de esa dualidad de tratamiento con sus conocidos o no, Sontag podría tener muchas anotaciones y equivocaciones.

Extraigamos tres: la primera, cuando conoció a Annie Leibovitz, la acreditada fotógrafa, tras contratarla para que la retratara para la contraportada de El sida y sus metáforas, en 1989. De allí surgió otra relación amorosa, un alto apoyo económico por parte Leibovitz, pero, al mismo tiempo, Annie recibió desdén y mezquindades, bajo una relación despótica por parte de Susan. Este libro no recibió una aceptación completa, pues no estaba escrito con un me, un nosotros de por medio, como un testimonio, sino con una voz pasiva, según indica Moser. Eran los tiempos en que escribía Bajo el volcán, su obra narrativa más conocida.

Con relación a lo positivo, Susan apoyó a Harold Brodsky y a Heberto Padilla, a quien dejó vivir en su apartamento por seis meses. Ya había dejado atrás el apoyo a los países comunistas radicales e ir a apoyar a Polonia durante la invasión rusa. Pero también estaban sus apreciaciones equivocadas, sin verificaciones como esta: “El pacto más generoso (que hizo Sartre) con el diablo, porque nace de su creciente ambición como escritor, y también el más destructivo, porque sumó la ruina mental a la física, fue quizá el de las anfetaminas”.

La cita es extraída de un artículo, “La renuncia de Sartre”, cargada de acritud y mala leche intelectual, y que no se la aplicaba ella misma, quien también la consumía. Siempre escribía en tercera persona lo que le acontecía también a ella. Como La enfermedad y sus metáforas.

A estas alturas, a comienzos de los años 90, luego de la caída del muro de Berlín, el mundo, aparentemente, comenzaría una nueva era, mucho más, según los anuncios del libro de Francis Fukuyama, El fin de la Historia y el último hombre. Pero no fue así. Susan Sontag se sabía que era parte de esa historia, mucho más cuando Yugoslavia se hundía en su propia división multicultural, racial y política, país que se dividió entre Serbia y Croacia, versus Bosnia.  

Las dos primeras regiones desataron la matanza contra los croatas, en un mapa conflictivo en el que lo racial y lo religioso se constituían en la excusa para una distribución de territorios más adecuadas para los violentos conquistadores “puristas” serbio-croatas. 

En ese panorama violador de los derechos humanos, Susan, conocida por ser una escritora cada vez más pública y con un compromiso político más abierto, luego de una primera visita,  se muestra en la encrucijada ética y moral de denunciar tal situación guerrerista y de atropello a los bosnios, pues el mundo daba la espalda a ese enfrentamiento. Como fórmula llega a montar una obra de teatro en Sarajevo, ciudad intermedia y víctima por antonomasia del conflicto.

Este montaje tuvo un eco mundial por su apoyo a los bosnios, y en este la escritora pone en práctica su hipótesis de pensar-actuar, que cita Moser en el texto de Susan “La estética del silencio”: “significa estar ‘ahí’. Sentir el ‘peso’ de las cosas. De las propias afirmaciones o acciones”. Ponía en juego, una vez más, como en la guerra contra Vietnam, como en la crítica al gobierno de Cuba o la invasión de Estado Unidos a Irak, la dignidad y la responsabilidad del intelectual que se calza con las causas sociales y políticas. Pero también quería representar la consternación, el dolor y la preocupación por esa parte de la humanidad que Europa y Estados Unidos desestimaban.

Sontag escenificó en Sarajevo Esperando a Godot en 1993, con todas las dificultades habidas y por haber, dando cuenta quizá de que en esa ciudad y en ese conflicto (y el mundo), como indica una de las temáticas de la obra, se afrontaba la carencia y la pérdida del significado de la vida humana. Quería mostrar, también, el vacío existencial, la insolidaridad y el silencio y el absurdo entre los personajes, como escenificación del comportamiento del orbe humano hacia esas víctimas olvidadas.

Pero, además de ello, se trataba de representar y magnificar la lucha interna de esos países en guerra, de exponer esos dolores y absurdos que dejaban los enfrentamientos, frente a una humanidad silencioso y cómplice. De exhibir el dolor de los demás, para humanizarnos más. Sontag donó dineros de premios y llevó regalos y obsequios a actores y quiso fundar un colegio de primaria en Sarajevo, durante las restantes siete visitas a esa ciudad. De allí nació su siguiente libro: Matadero: Bosnia, el fracaso de Occidente y la novela En América, escrita con la energía que se le afianzó por su labor humanitaria y teatral en Europa.

En julio de 1998 le es declarado su segundo cáncer, luego del del seno, en los años 70. Tampoco estaba exenta de repetir esa enfermedad, así como tampoco de que se le cuestionara por haber recibido el Premio Jerusalén a la Libertad, a pesar de su pasado judío, sino por las implicaciones políticas, pues Israel continuaba aplastando a Palestina, por más que su pensamiento estuviera con los oprimidos.

Ante esta propuesta israelí de recibir ese galardón, días antes, la premio Nobel de Literatura Nadine Gordimer y el pensador Edward Said le solicitaron que no lo hiciera, pero lo hizo. En el año 2000, recibía el National Book Award por su novela En América. Para abrir aún más heridas, publicó en 2003, Ante el dolor de los demás, en el que vuelca su mirada curiosa y analítica sobre la guerra y sus consecuencias. También asistió a la Feria del Libro de Bogotá, en la que habló en contra de García Márquez por su apoyo a Fidel Castro con relación a la persecución y encarcelamiento de 78 disidentes políticos y posterior muerte de tres de ellos. 

La biografía de Moser logró advertir y ahondar todas esas sombras y luces. Ante el temor y el temblor que podía despertar la palabra analítica y narrativa de Sontag, Moser indica: “Podía ser cruel, irascible, ególatra, pero era tan brillante que eso quedaba perdonado. Su influencia sigue irradiando reflexiones y reacciones en lectores del mundo entero, acaso, porque anticipó este mundo”

El año 2014, el 28 de diciembre, a las 7:10 de la mañana, a los 71 años, murió Susan Sontag. Atrás dejaba el esplendente destello de su mente inquisidora, bajo el cual se conjugaron los últimos murmullos de un mundo que, en constante movimiento, pudo atrapar ella con inteligencia y gallardía novedosa, dejando atrás la división entre seguidores y contradictores, entre amigos y perseguidos. La biografía le hace un excelente homenaje, desde los sugerentes aportes y miradas traslúcidas que ella perpetuara. 
 

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